lunes, marzo 21, 2011

La Serpiente y el Arco Iris (The Serpent and the Rainbow, 1987)


Wes Craven siempre me ha parecido un director irregular, en vez del maestro del terror que muchos le consideran. A él debemos la saga de Pesadilla en Elm Street, de la que sólo me entusiasman la primera (1984) y la última (Wes Craven's New Nightmare, 1994), que recuperaba por cierto al reparto original, incluída la Langenkamp, y hacía gala de un hábil discurso metalingüístico.

La Serpiente y el Arco Iris
llegaba en 1987. Nos contaba la historia de un científico enviado a Haití para obtener un medicamento que provoca la zombificación (muerte y posterior resurrección de los muertos), con el fin de usarlo en la medicina moderna, a modo de anestésico. Ya, a mi tampoco me convenció, pero pasémoslo por alto, de momento.




Lo primero que llama la atención, teniendo en cuenta quien la dirige, es que Craven intentó, por una vez, relatar los acontecimientos desde una perspectiva seria y realista. Desde el principio nos advierte que está basada en un hecho real y la película mantiene un tono pseudo-científico y documental durante la mayor parte del metraje. Asistimos a rituales vudú, decapitaciones y profanaciones de tumbas, pero todo parece tener cierta coherencia narrativa, a lo que ayuda haber situado la película en un contexto histórico real (el final de la dictadura de Jean Claude Duvalier, en 1986).

Esto no quiere decir que no haya escenas aterradoras (¿He comentado lo de los rituales vudú, decapitaciones y profanaciones?); Craven logra un clímax bastante turbador y sugestivo, gracias en parte a una buena dirección artística, un buen maquillaje de efectos, la exasperante música tribal y algún que otro susto fácil (pero agradecido). Las interpretaciones son simplemente correctas. Bill Pulman parece interpretar su papel con cierta desgana, pero cumple con las espectativas. Más convincente resulta sin embargo, el tristemente desaparecido Michael Gouhg (el entrañable Alfred en los Batman de Tim Burton).

Es una lástima que en los últimos 20 minutos la película tire por derroteros muy distintos. Como por arte de magia, aparece un humor negro poco coherente con el conjunto, y unos efectos (y efectismos) especiales que restan credibilidad a la trama. La aniquilación del malvado se parece más a los últimos estertores de Freddy Krueger - en cualquiera de sus películas - , que a la merecida muerte de un brutal cacique.

Con todo, la película es muy entretenida y se deja ver hasta el final, siendo a juicio de muchos, una de las mejores películas de Craven.

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