jueves, diciembre 22, 2011

¡Bill Murray hace jirones el guión de Ghostbusters III!

Según se cuenta en los mentideros internacionales, la esperada tercera parte de Los Cazafantasmas podría no materializarse. El proyecto, que lleva anunciado algún tiempo, cuenta ya con su propia página en IMDB, que anuncia como segura la presencia de Dan Aykroyd, Harold Ramis y el propio Bill Murray como los doctores Raymond Stanz, Egon Spengler y Peter Venkman, acompañados de Sigourney Weaver, en el papel de Dana Barret, el eterno amor de Venkman.

El National Enquirer publicaba ayer una noticia demasiado apetitosa como para no hacerse eco de ella. Según parece, días después de que Aykroyd y Ramis - no sólo actores, sino creadores de la franquicia - enviaran a Bill Murray la última copia del guión, pulida y revisada, el protagonista de Atrapado en el Tiempo devolvió el manuscrito pasado por una trituradora de papel, acompañado de la siguiente nota: "No one wants to pay money to see fat, old men chasing ghosts!".

Más que claro, Murray habría sido ¡cristalino! como decía un atacado Tom Cruise en Algunos hombres buenos. En cualquier caso, teniendo en cuenta el marcado matiz amarillista de la revista, cabe preguntarse si en realidad la fantasmada ha sido de Murray o de la propia publicación. De momento sólo podemos preguntarnos qué podemos esperar de esta secuela si finalmente se hiciera, con o sin Bill Murray.

Yo siempre he sido demasaido optimista, y siempre espero con impaciencia las tardías continuaciones de mis héroes de los ochenta, llevándome posteriormente la consabida decepción: Terminator, Tron, Indiana Jones, etc ¿Hace falta explicar mi experiencia? Y sin embargo siempre vuelvo a caer. Desde que se anunció, siempre concebí Ghostbusters III como un verdadero acierto. Una comedia que aunaría lo mejor de dos generaciones de humoristas. Hubiera sido divertido ver el mano a mano actoral de estos dinosaurios del Saturday Night Live con gente como Jim Carrey, Adam Shandler, Owen Wilson o Ben Stiller.

Que ya si eso vosotros... ¿eh?

Pero a la vista del casting que de momento está confirmado (donde los jóvenes cómicos brillan por su ausnecia), y ante la sonada negativa del doctor Venkman, parece que lo mejor es que nunca lleguemos a ver la tercera parte de la saga ectoplásmica. Porque, si Murray no accede... ¿A quien van a llamar?

Fuente:

www.joblo.com
www.canaltcm.com

domingo, diciembre 18, 2011

The Artist (Michel Hazanavicius. 2011)

Hollywood, 1927. George Valentin es una estrella del cine mudo al que todo le sonrie. Todas sus películas triunfan. Pero la llegada del cine sonoro marca el fin de su carrera y lo lleva a caer en el olvido. Paralelamente, la joven actriz Peppy Miller, a la que Valentin ayudó en sus primeras películas, empieza a tener gran éxito. Peppy, pese a que el actor no quiere saber nada de favores o de compasión, siempre tiene presente lo generoso que fue con ella.

No es ningún secreto que en los últimos años, paralela a la acuciante crisis económica, la industria cinematográfica se encuentra en plena crisis de ideas. Los estudios han exhibido sin el menor atisbo de pudor o vergüenza todo un rosario de innecesarios remakes, continuaciones y adaptaciones de libros y cómics.

Caso distinto es el de algunos directores que, si bien tampoco han innovado, sí que han llevado a cabo trabajos más personales que aluden a una nostalgia sin referentes concretos (sin un libro o película previa), pero que se cimentan sobre unos códigos universales y aprehendidos a través de los años. La película Super 8 de J.J. Abrams fue la primera de estas agradables sorpresas. Se trata de ese cine bienintencionado que nos quiere recordar quienes fuimos una vez, desde una perspectiva honesta y sincera, con el único afan de divertirnos a la par que reivindica su propio lenguaje.
Y eso mismo es lo que persigue The Artist (Michel Hazanavicius. 2011), que ya ha obtenido los premios a la Mejor Película y el Mejor Director del Círuclo de Críticos Cinematográficos de Nueva York y el de Mejor Actor - Jean Dujardin - en Cannes. Rodada en blanco y negro, sin más diálogo que el de los intertítulos, y un formato académico de 1,37:1, la cinta es un homenaje por todo lo alto a la industria del cine; una auténtica pieza de imitación que podría haber sido rodada en los años 20. Su perfección formal es intachable, cada plano recrea limpiamente y con acierto ese cine casi olvidado del vodevil, el amor naïf e idealizado, el melodrama o los frenéticos números musicales de Fred Astaire y Ginger Rogers.

Y es que no hay necesidad alguna de diálogo. Como en las viejas películas mudas, las sensaciones llegan claramente a través de la música, el encuadre y la gestualidad de unos actores inspiradísimos. Cuesta creer que dando vida a la pareja protagonista, haya dos actores contemporáneos llamados Jean Dujardin y Bérénice Bejo. Fue todo un acierto no recurrir a grandes estrellas para encarnar a George Valentin y Peppy Miller, y la inmersión sería completa si no fuera por un plantel de secundarios de lujo, entre los que destaca el rostro familiar de John Goodman, Hugh Cromwell o Penelope Ann-Miller.

En lo discursivo, destaco su banda sonora, y alguna escena especialmente original y conmovedora (cuando Peppi se abraza a si misma a través de la chaqueta de George Valentin) o el acertado uso de los efectos sonoros en la secuencia onírica del propio George.

Resulta difícil ver esta película sin esbozar una sonrisa, aun en la oscuridad de la sala y para nosotros mismos. Aunque la historia no es nueva y nos cuenta lo que ya se narraba con maestría en Cantando Bajo la Lluvia (Stanley Donnen, 1952) o El Crepúsculo de los Dioses (Billy Wilder, 1950), The Artist merece no obstante toda nuestra atención. Se digiere como un plato exótico, refrescante y delicioso que nos deja con ganas de repetir.

jueves, diciembre 15, 2011

Agfa Family Values

Parte I: Valor añadido

Los 8 mm llegaron a mi vida a mediados de los 90, cuando mi padre me regaló el Agfa Family; algo así como un “equipo completo” de Super 8, fabricado en 1981, que incluía un tomavistas con muy pocas prestaciones, y un aparato para visualizar películas a medio camino entre un proyector y una moviola. El equipo era de segunda mano; de un amigo de mi padre, pero estaba prácticamente nuevo,


Antes ya había tenido un CinExín, y también había estado en casa de mi amigo Esteban disfrutando de su maravilloso proyector sonoro y sus películas Disney. Pero nunca había tenido en mis manos la posibilidad de filmar en celuloide.


El Agfa Family, por el nombre y por la foto de que adornaba la caja - una familia feliz congregada alrededor del aparato - ya se adivinaba que no era un equipo profesional. El tomavistas tenía un objetivo fijo de 10 mm sin anillo de enfoque, todo en automático. El proyector realmente no proyectaba, sino que mostraba la película en una pequeña pantalla.

Pero a mi tierna edad, poco me importaba. Yo estaba muy feliz con mi regalo. Mis padres conservaban desde hacía mucho unas viejas películas familiares (donde salía un servidor con apenas 3 años y el rostro salpicado de varicela). Me encantaba verlas una y otra vez, detener la imagen, pasarla cuadro a cuadro, etc. Incluso llegué a telecinarlas de forma muy tosca, apuntando directamente hacia la pequeña pantalla del Agfa Family con nuestra videocámara, una Sanyo que grababa en cintas de Video 8 (formato magnético de 8 mm y 400 lineas de resolución horizontal). Los resultados, como se puede adivinar, fueron bastante pobres.


¡También incluía un cartucho para el tomavistas! En cuanto mi padre me hubo explicado como funcionaba la cosa, me lancé a la calle a filmar, siempre buscando eso que llaman "el valor añadido".

Aquí es donde el relato se vuelve dramático. Si bien fui advertido de que un cartucho apenas duraba 3 minutos, la luz roja que indicaba el fin del mismo, se encendió mucho antes. Pero el motor giraba y el indicador lateral mostraba claramente que aun quedaba algo de película, así que decidí que la luz roja estaba equivocada. Saqué la cámara a la calle durante varios días y el indicador lateral jamás llegó al final.


Pasado algún tiempo, supuse que seguramente ya habría completado los tres minutos, así que mi padre mandó el cartucho a revelar a un establecimiento en Aranjuez. La dirección ya venía apuntada a mano en un sobre incluído en la caja, y pese a mis dudas (ya no eran tiempos de Super 8, y aquel texto parecía haberse escrito hacía siglos), la película regresó sana y salva, en una bobina de 15 m. revelada a todo color.

Parte II: ¡Me lo arrebataron de las manos!

Habría que ponerla ¿No? Toda la familia se congregó – como en la foto – alrededor del Agfa Family para observar mis pinitos como filmaker.

La tragedia se desató cuando vimos que lo revelado no coincidía en modo alguno con lo que yo filmé ¡La imagen mostraba a un grupo de chavales disfrutando de un día de picnic! Posiblemente era la Sierra de Cazalla, población cercana a Constantina, el pueblo de mis padres ¡Me habían dado un cartucho usado!


Entonces, algo sucedió de la forma que sucede en las películas cómicas. Fue un alivio por partida doble y nos ayudó a recuperarnos de la desilusión inicial. Como al minuto y medio de iniciar la bobina, aquella filmación desconocida mostraba a uno de los chicos, visiblemente borracho, protagonizando un striptease sobre un banco de madera. Justo cuando se le iba a ver el culo, la imagen fue engullida por una luz blanca, y un par de décimas de segundo mas tarde comenzaba por fin mi filmación, la que yo había tomado meses antes y había mandado a Aranjuez con tanta ilusión.

Allí, inmortalizados en celuloide, estaban mis padres, mi hermano Pablo, mis tíos Medina y Sole y mi prima Marina – futura veterinaria – alimentando a los perros de su chalé. La cosa terminó pronto. Aquellos fiesteros de la Sierra de Cazalla apenas me habían dejado un minuto. Comprendí entonces que la luz roja había funcionado desde el principio y que si el indicador lateral nunca se llenó es porque dejó de moverse al terminarse el cartucho. Gran parte de lo que esperaba ver en ese rollo jamás quedó registrado.

Cuando quise filmar otro, resultaba ya imposible encontrarlos en ningún establecimiento. Creo que podría decirse que el Super 8, me lo arrebataron de las manos (como decía Michael de su hijo Walt, en Lost) y desde entonces no volví a interesarme por el formato, ni a registrar imágenes en celuloide.