viernes, noviembre 29, 2013

Viral (Lucas Figueroa, 2013)

Acabamos de venir de la premiere de Viral, la primera película de Lucas Figueroa, realizador argentino provinente del mundo de la publicidad y realizador de Porque hay cosas que no se olvidan, que ostenta el record de ser el cortometraje más premiado.

La película cuenta la historia de Raúl, un joven artista gráfico agobiado por las deudas, huérfano de madre y con su padre en un psiquiátrico. Su vida cambia cuando resulta ganador del concurso 'El Friki de la Fnac', por el cual obtendrá 15.000 euros en premios si, encerrado una semana en la conocida tienda del centro de Madrid, logra para la misma un total de 100.000 fans en las redes sociales. Pronto se verá acosado por una supuesta entidad que habita en los grandes almacenes ¿Es un montaje promocinal o hay realmente  fantasmas?



Con esta premisa comienza una película que, lejos de encontrar el punto exacto entre comedia y terror, parece perder desde su mismo inicio no solo el punto, sino los propios códigos fundacionales de ambos géneros. Sobre el papel, la película tenía elementos interesantes con los que jugar (un  cuento clásico de fantasmas, de iconografía religiosa y oscurantista; una velada crítica al mercantilismo y al márketing agresivo), pero todo se queda en agua de borrajas debido principalmente a un guión sin fuerza que apenas esboza todos los atractivos potenciales de la idea inicial.


Con este material de base, poco o nada pueden hacer los actores. A pesar de su demostrada solvencia en el medio televisivo, los jóvenes protagonistas, no logran pasar del aprobado, especialmente Miguel Ángel Muñoz, que se gana un suspenso de tomo y lomo con su torpe imitación del acento andaluz. Por encima suya se sitúan Chani Martín, Aura Garrido o el veterano Pedro Casablanc, que por momentos logran una actuación convincente y otorgan cierta credibilidad a la trama.

Si malo es el guión, peor es la realización. El principal problema es el propio Fnac; y es que la localización donde transcurre el 80% del film no tiene ni chicha ni limoná, y lejos de sentir la claustrofobia que persigue Figueroa, acabamos hartos de tanta estantería, tanto CD y tanto prop de Star Wars. Este estatismo intenta compensarse con planos secuencia, o con algún montaje dinámico en la línea de Aranofsky, así como algunos travellings imposibles (que entran y salen a través de los monitores o los visores de las cámaras de seguridad), y varios sustos de manual, pero todas estas soluciones visuales resultan impostadas  y sin una justificación clara.


Ni tan siquiera el maquillaje de FX ofrece un resultado profesional, y la música resulta redundante y demasiado sujeta a los cánones (estas notas dan miedo, estas otras son románticas, estas generan tensión) revelando aun más la impostura. No hablo aquí del grupo Auryn sino de la partitura instrumental.

No obstante, Viral tiene leves destellos de brillantez. Un homenaje al giallo italiano aquí, una buena interpretación allá (sobre todo Aura Garrido y Pedro Casablanc), pero en defintiva podría hacerse mucho, muchísimo mejor. Mi sentimiento hacia esta película es el mismo que hacia la saga de La herencia Valdemar; apoyo muchísimo el cine autofinanciado y autoproducido, por su valentía y entrega (tanto más si pertenece al género del fantasterror), pero me duele en el alma que al final, se cometan errores tan elementales como los del filme que nos ocupa.

jueves, noviembre 21, 2013

Don Jon (Joseph Gordon-Lewitt, 2013)

El solvente actor Joseph Gordon-Lewitt (The Dark Night Rises, Looper, Lincoln) se estrena en la dirección con Don Jon, una comedia políticamente incorrecta escrita y protagonizada también por él, en la que aborda con complicidad y buen rollo la historia de un pajillero compulsivo, de fuertes convicciones religiosas, que pese a su éxito con las mujeres, encuentra más placer visionando porno por internet que en sus relaciones sexuales. Contra todo pronóstico, Jon se propone abandonar por una temporada los ligues de una noche y conquistar a Barbara Sugarman (Scarlett Johansson), que en apariencia es la chica perfecta.


El actor, director y guionista parece encontrarse a sus anchas, interpretando a un paleto religioso y pajillero, que en el fondo no es más uno de tantos anti-héroes cómicos de clase media con el que, a pesar de su rudeza, la identificación primaria del espectador se hace inevitable. Podemos empatizar o no con sus hábitos onanistas, pero reconocemos en él las inseguridades, los ademanes forzados y todo ese discurso del macho alfa que en el fondo no es más que una fachada ante familiares, amigos y conquistas femeninas.


Aunque lineal y predecible, el guión se sirve de efectivos gags ubicados estratégicamente en la trama que soprendentemente están rodados sin los excesos de otras películas (se me viene a la mente el trabajo de los hermanos Farrely o la saga Scary Movie), optando por un tono realista más en la línea del guionista Richard Curtis (Notting Hill, Cuatro bodas y un funeral). Otro de sus puntos fuertes es el brillantísimo elenco de secundarios encabezados por Julianne Moore, pero donde brillan con luz propia Tony Danza y Glenne Headley (interpretando a los padres de Don) que recitan el guión con pasmosa naturalidad y una gracia innata.


Que un actor se ponga detrás de las cámaras siempre genera inquietudes. El producto final de Gordon-Lewitt no merece en ningún caso el suspenso pero bien es cierto que todo es demasiado fácil en Don Jon. A pesar del discurso irreverente y las continuas alusiones al sexo y la religión, el tono es bastante descafeinado y el arco argumental no es distinto del de cualquier comedia romántica (género con el que incluso se permite el lujo de ironizar en una escena del film, donde el protagonista las llama 'el porno de las mujeres').

Dicho de otra forma, Gordon-Lewitt se nos revela como un escritor ingenioso y con inventiva, pero no asume riesgos reales ni nos ofrece nada que no hayamos visto un millón de veces. Podríamos concluir en que Don Jon es una comedia romántica 'para tíos', pero sólo en apariencia, pues inevitablemente el protagonista acabará encontrando su lado femenino, y el director podrá así reconciliarse con ambos sexos.

miércoles, noviembre 20, 2013

10000 noches en ninguna parte (Ramón Salazar, 2013)

Ayer asistimos a la premiere en los Cines Callao de 10.000 noches en ninguna parte, la tercera película (y la más personal) de Ramón Salazar (Piedras, 20 centímetros, guionista de Tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de tí). Con reservas motivadas por sus guiones para dramas adolescentes, pero con un firme interés en ver el resultado de esta película autoproducida y filmada con una Canon 5D, entré en el cine tratando de liberar mi mente de prejuicios.

Se nos cuenta la historia de un joven apocado y gris (Andrés Gertrudix), que cuida de su madre alcohólica (Susi Sánchez) en un oscuro piso del centro de Madrid. Un día emprende una suerte de viaje iniciático que podría cambiar su vida y abrirle las puertas a un mayor entendimiento de si mismo. Sus pasos le llevan a París, dónde conocerá a una española muy peculiar (Lola Dueñas) y a Berlín, donde trabará amistad con un grupo de artistas (entre ellos, Najwa Nimri).



Es preciso advertir que 10.000 noches en ninguna parte no sigue los estándares del cine comercial, la historia es deliberadamente inconexa y hasta simbólica; correspondiendo al espectador sacar sus propias conclusiones. 

Dicho esto, tengo que decir que me sorprendió gratamente, no solo por el intachable acabado técnico y su lograda dirección de fotografía (no olvidemos los medios limitados con que se rodó), sino por el uso del montaje y los recursos narrativos. Ramón Salazar (que también firma el guión) articula un montaje paralelo entre lo que se supone son tres etapas en la vida del protagonista. Aunque el director confiesa haber empezado a rodar cuando el guión no estaba del todo perfilado, el conjunto resulta sólido y consistente.

En la ficción comercial me suelen molestar ciertos recursos, cuando se usan sin mesura. Por contra, en el filme de Salazar, la cámara en mano y el uso de la profundidad de campo, no resultan en absoluto chocantes o carentes de sentido, sino que le otorgan fuerza y también un cierto tono verosimilista que resulta idóneo para la historia.


Inteligentemente, y aun situando la acción en ciudades tan icónicas como París o Berlín, Salazar retrata con discreción los momumentos y lugares emblemáticos, centrando su atención en crear ambientes etéreos llenos de significado, desligados de un tiempo y lugar concreto. Para ello, opta además por no dar nombre a sus personajes, que no pasan de ser "el joven", "su hermana" o "una chica". A pesar de su estructura libre y final abierto, el director sitúa con acierto distintas claves que nos sugieren el sentido del film, y es que ni siquiera durante su huída hacia adelante, el joven podrá renunciar a lo cotidiano; reubicando las pálidas luces de su oscura realidad, en un entorno donde puedan brillar; transformadas y adecuadas a dicho entorno, pero refrendando y revelando la propia identidad del protagonista.

En el plano actoral Lola Dueñas, Najwa Nimri y el resto del elenco cumplen y están a la altura, pero hay que destacar sobre todo el buen trabajo de Andrés Gertrudix, quien, por decisión del director, trabajó sin apenas indicaciones sobre su personaje; y Susi Sánchez, que demuestra  veteranía y tablas, en un papel que se me antoja el más completo y difícil de la cinta.


Aunque en mi misma fila, una pareja se levantó a mitad de la proyección, en ningún caso el ritmo pausado del filme me pareció un error; aunque sí considero que la película se dilata en exceso hacia el final, dónde algunas escenas me resultaron redundantes y poco reveladoras, otras incurrían sin necesidad en mostrar desnudos integrales, como tantos otros films patrios (apuesto a que nunca veré los genitales a George Clooney o Julia Roberts, pero ya se como son los de Andrés Gertrudix, algo es algo).

10.000 noches en ninguna parte no es, como apuntábamos, un filme sujeto a los estándares. Ni a los del cine comercial, ni a los del cine español (o no a todos, al menos). Tampoco lo pretende ni lo necesita; es una historia intimista de sentimientos y pasiones que se digiere con naturalidad y desde las entrañas, sin resultar por ello pretenciosa o ininteligible.

miércoles, noviembre 13, 2013

El Juego de Ender (Gavin Hood, 2013)

Ya se puede ver en nuestras pantallas El Juego de Ender (Ender's Game, 2013), dirigida por el oscarizado Gavin Hood y con mister Harrison Ford a la cabeza de un reparto que también incluye al veteranísimo Ben Kingsley, y los niños Abigail Breslin (Zombieland) y Asa Butterfield (La invención de Hugo) en el papel de Ender Wiggins. La película llega rodeada de polémica, debido a las ideas homófobas y ultraderechistas de su creador, el escritor Orson Scott Card. Si bien la productora Summit Entertainment ha preferido desmarcarse de tal polémica, Harrison Ford dejó bien claro que aunque ama la novela y el subtexto de la misma, está en completo desacuerdo con los posicionamientos de Scott Card en materia de gays y lesbianas.



El joven Ender Wigging es reclutado por la Milicia Internacional y preparado desde su niñez para liderar el primer ataque contra los Insectores, una raza alienígena que intentó colonizar la Tierra cincuenta años atrás. En su ascenso militar, será tutorizado por el coronel Graff (Ford) quien ve en él la única esperanza contra el enemigo.

Orson Scott Card nos presenta pues un futuro militarizado, en continua amenaza de guerra donde niños y niñas son concebidos con el único propósito de servir al ejército. Desde el inicio, la película parece (repito, parece) adherirse a la corriente triunfalista de otros blockbusters de ciencia ficción bélica. No comulgué con ese discurso y se me hizo un filme algo antipático desde el inicio. Durante casi una hora y cuarto, no hay ningún personaje que alce la voz contra este sistema de reclutamiento cruel y deshumanizado o contra el "ataque preventivo" hacia los aliens. Ni siquiera la dulce hermana del protagonista (una gran interpretación de Abigail Breslin), que viene a representar el vínculo de Ender con su conciencia y sus emociones. Harrison Ford, aun con todo su talento y magnetismo, también nos coloca en una posición incómoda, al representar la autoridad máxima en esta férrea cadena de mando.


Con El juego de Ender, uno tiene la sensación de que todo va demasiado rápido, por culpa de un guión que seguramente (no leí la novela) condensa in extremis las 368 páginas del libro. La ascensión de Ender en la cadena de mando tiene lugar a velocidad de vértigo, y de forma atropellada. No queda claro cuanto tiempo permanece en la academia, pero atendiendo únicamente al ritmo y al montaje, pareciera que no ha transcurrido más de unas semanas.

Tan solo al final, una vez tiene lugar el clímax narrativo y el giro (algo predecible) más importante del guión, es cuando la película se redime y logramos una cierta identificación con Ender y con el subtexto del filme. Pero para los que no hemos leído la novela, este nuevo discurso pacifista llega quizás demasiado tarde.


A nivel visual se cumplen los estándares de la ciencia ficción actual, y aunque llegué a experimentar cierta claustrofobia (casi toda la película trasncurre en la base militar), todo el apartado técnico y artístico merece mi aplauso, en especial la banda sonora, que a veces se aleja de los compases propios del cine de acción para coquetear tímidamente con la space ópera. Harrison Ford está sensacional; sencillamente no hay quien le iguale en credibilidad, espontaneidad y tablas, ni siquiera el veterano Ben Kingsley, quien sin embargo, y al igual que el resto del elenco, realiza una labor más que notable.

Aun con sus defectos (un guión algo atropellado y la ausencia de una identificación primaria sólida), hemos de resaltar El Juego de Ender como un blockbuster digno, entretenido, que aborda temas interesantes e invita a la reflexión.

lunes, noviembre 04, 2013

La Gran Sorpresa (Nathan Juran, 1964)

Adscrita a la moda de los viajes espaciales de los años 50-60 llegaba a las pantallas La Gran Sorpresa (First Men in The Moon), una nueva producción de Morningside Films,  propiedad de Ray Harryhausen y Charles H. Schneer, dirigida nuevamente por Nathan Juran, que ya trabajó con ellos en La Bestia de otro planeta y Simbad y la Princesa.

La película está basada en una obra de H. G. Wells, y narra la historia del profesor Cavor (Lionel Jeffries) y el embaucador Bedford (Edward Judd), una suerte de investigadores reconvertidos en astronautas en el año 1899, gracias a una sustancia basada en el helio denominada Cavorita. Cavor, Bedford y la novia de este (Martha Hyer) aterrizarán en la Luna y conocerán a sus misteriosos habitantes, los selenitas.



Este relato de H.G. Wells ya fue adaptado por Meliès en su famosísimo Viaje a la Luna de 1902 (que puede considerarse una fusión de la obra de Wells con De la Tierra a la Luna de Jules Verne) y en la versión muda First Men in the Moon de Bruce Gordon y J. L. Leigh, una olvidada cinta británica practicamente irrecuperable hoy día.

Aunque el guión tiene algunos aciertos (el prólogo y el epílogo desarrollado en el presente, con la llegada de una expedición lunar liderada por las Naciones Unidas), la credibilidad del filme se ve perjudicada cuando retrocedemos al año 1899. Aunque el look de época está muy conseguido, el tono de la película da un inesperado giro de 180º al optar por un nada adecuado sentido del humor. Aunque Lionel Jeffries y Edward Judd están geniales como científico excéntrico y paleto avispado, algo no encaja en lo que se supone es una cinta de ciencia-ficción.


En plano ideológico, aunque el filme hace gala de un paficifsmo y antimilitarismo bastaste naïf, se pierde la metáfora de la novela de Wells, en la que la estructura social de los selenitas representaba el peligroso imperialismo al que se encaminaba la sociedad de su tiempo.
 
Afortunadamente, La Gran Sorpresa tiene muchísimos atractivos a nivel estético, que podrían compensar la balanza y dotar de cierta entidad al conjunto final. Toda la parte de la expedición lunar en el "presente", antes de flashback, es muy impactante por su realismo, incluso en un tiempo en que el hombre aún no había llegado a la Luna (Amstrong lo lograría 4 años más tarde). Los decorados que representan el interior de nuestro satélite y los travelling mattes lunares están hechos con gusto y dedicación. También el diseño de la cápsula espacial del profesor Cavor tiene un innegable encanto steampunk; y las creaciones de Harryhausen (el diseño de los selenitas, las vacas espaciales - u orugas gigantes -, y algún que otro guiño a Jasón y Simbad) aunque menos espectaculares que en otras producciones, conservan sin embargo ese sello tan inconfundible y gratificante del maestro Ray.


Podríamos concluir en que, de una obra menor de H. G. Wells, resultó una película menor de Morningside Films, que a pesar de la fuerza de algunos planos y el excelente trabajo de Ray Harryhausen, no está a la altura de otros clásicos firmados por el animador, debido principalmente al exagerado tono de comedia y a un final demasiado apresurado.






domingo, noviembre 03, 2013

El Príncipe de las Tinieblas (John Carpenter, 1987)

Había ganas ya de revisar este film, que contrariamente a otros del maestro Carpenter, quedaba ya lejano en mi memoria, con excepción de algunas de sus imágenes más icónicas. No es para menos, pues por más que pasen los años, la fuerza visual de esta película perdura.

Un grupo de científicos son convocados por un sacerdote y un físico de la Universidad para someter a análisis un extraño líquido contenido en un recipiente hallado en los sótanos de una iglesia del extrarradio. Durante siglos, tuvo lugar allí un funesto culto que ahora revela perturbadoras verdades sobre el catolicismo y su intra-historia. Ciencia y religión han de unirse para combatir un mal tan antiguo como la fe cristiana.


Liderando el reparto volvemos a encontrar a Donald Pleasence (qué gusto da verle interpretar un papel a su altura, bien escrito, en lugar de oirle decir las absurdas frases de las secuelas de Halloween) y a Victor Wong (también presente en Golpe en la pequeña China), junto a un reparto coral que incluye al rockero Alice Cooper, y donde brilla por enicma de la media la actriz Anne Marie Howard, capaz de aterrorizaros sin mover un sólo músculo de la cara.

Además de dirigir, el cineasta firma también un guión lo suficientemente interesante como para no abandonar en ningún momento la iglesia, sin que ello revierta en el interés. El filme es una ingeniosa ficción sobre las raíces del catolicismo y una interesante aproximación a las figuras de Dios y Satanás. Su texto cuida los detalles, es generoso en argumentaciones, y sabe dónde y cuándo desvelar los misterios en torno al misterioso recipiente.



Encontramos aquí a un Carpenter más fiel a su propio estilo que nunca; clasicista y formulático. La puesta en escena es carpenteriana hasta el más mínimo detalle. Unos decorados bellamente atrezzados hasta lograr texturas realmente perturbadoras (la capilla ubicada en el sótano, y el pasillo central de la iglesia son un trabajo digno de aplauso), gracias también a una elegante iluminación de tonos cálidos, rica en contrastes en la línea de los horror films clásicos.

Si a todo esto añadimos la música compuesta también por el director, y un maquillaje de efectos digno de nuestras peores pesadillas, pareciera que tenemos el clímax asegurado. Sin embargo, justo en los últimos minutos, uno tiene la sensación el filme empieza a dilatarse en exceso, para acabar abruptamente y sin demasiadas ceremonias, dejando, eso sí, una puerta abierta a la libre interpretación.


Pero que nadie se engañe, en El príncipe de las Tinieblas se imponen las virtudes sobre esa pérdida de fuelle final, y es en cualquier caso una de las películas más representativas y disfrutables de John Carpenter, gracias principalmente a la sugestiva atmósfera que el director neoyorquino sabe lograr.