domingo, noviembre 03, 2013

El Príncipe de las Tinieblas (John Carpenter, 1987)

Había ganas ya de revisar este film, que contrariamente a otros del maestro Carpenter, quedaba ya lejano en mi memoria, con excepción de algunas de sus imágenes más icónicas. No es para menos, pues por más que pasen los años, la fuerza visual de esta película perdura.

Un grupo de científicos son convocados por un sacerdote y un físico de la Universidad para someter a análisis un extraño líquido contenido en un recipiente hallado en los sótanos de una iglesia del extrarradio. Durante siglos, tuvo lugar allí un funesto culto que ahora revela perturbadoras verdades sobre el catolicismo y su intra-historia. Ciencia y religión han de unirse para combatir un mal tan antiguo como la fe cristiana.


Liderando el reparto volvemos a encontrar a Donald Pleasence (qué gusto da verle interpretar un papel a su altura, bien escrito, en lugar de oirle decir las absurdas frases de las secuelas de Halloween) y a Victor Wong (también presente en Golpe en la pequeña China), junto a un reparto coral que incluye al rockero Alice Cooper, y donde brilla por enicma de la media la actriz Anne Marie Howard, capaz de aterrorizaros sin mover un sólo músculo de la cara.

Además de dirigir, el cineasta firma también un guión lo suficientemente interesante como para no abandonar en ningún momento la iglesia, sin que ello revierta en el interés. El filme es una ingeniosa ficción sobre las raíces del catolicismo y una interesante aproximación a las figuras de Dios y Satanás. Su texto cuida los detalles, es generoso en argumentaciones, y sabe dónde y cuándo desvelar los misterios en torno al misterioso recipiente.



Encontramos aquí a un Carpenter más fiel a su propio estilo que nunca; clasicista y formulático. La puesta en escena es carpenteriana hasta el más mínimo detalle. Unos decorados bellamente atrezzados hasta lograr texturas realmente perturbadoras (la capilla ubicada en el sótano, y el pasillo central de la iglesia son un trabajo digno de aplauso), gracias también a una elegante iluminación de tonos cálidos, rica en contrastes en la línea de los horror films clásicos.

Si a todo esto añadimos la música compuesta también por el director, y un maquillaje de efectos digno de nuestras peores pesadillas, pareciera que tenemos el clímax asegurado. Sin embargo, justo en los últimos minutos, uno tiene la sensación el filme empieza a dilatarse en exceso, para acabar abruptamente y sin demasiadas ceremonias, dejando, eso sí, una puerta abierta a la libre interpretación.


Pero que nadie se engañe, en El príncipe de las Tinieblas se imponen las virtudes sobre esa pérdida de fuelle final, y es en cualquier caso una de las películas más representativas y disfrutables de John Carpenter, gracias principalmente a la sugestiva atmósfera que el director neoyorquino sabe lograr.

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