domingo, agosto 21, 2005

La Jauría Humana (The Chase, 1966)

Bubber Rivers (Robert Redford) se ha escapado de la cárcel y al parecer, ha asesinado a un vendedor de joyas durante su huída. En la pequeña localidad sureña donde hacía vida el bueno de Bob esto no es visto con buenos ojos. No interesa tener a un delincuente “on the run” y los peces gordos del pueblito deciden tomarse la justicia por su mano.

Cada cual toma sus medidas, unos se esconden. Otros salen a la caza... hay quien prefiere olvidar el asunto y emborracharse un sábado por la noche. Solo hay un hombre que intenta proteger a Bubb, que defiende su presunción de inocencia y que prefiere hacer las cosas tal como las dicta la ley. Y este no es otro que el Sheriff Calder (Marlon Brando).

La jauría humana es un retrato de la América profunda, de la violencia descarnada de una serie de individuos que, al dejar de serlo y convertirse en una masa atomizada, son capaces de la mayor de las barbaries.

Es de resaltar el saber hacer de Arthur Penn, quien construye unos personajes que, sin ser arquetípicos, exhiben de una forma más o menos sutil, aquellas actitudes que han de caracterizarles durante el desarrollo del film. Los perseguidores de Bubb, ricos borrachos y adúlteros con ganas de armar jaleo, se comportan de hecho como los perros a quienes alude la traducción española del título.

Acechan discreta y silenciosamente a su presa. Le rodean, le lanzan indirectas y cuando hablan no parecen humanos, sino bestias aullantes que en vez de uñas y dientes, hacen gala de sus relucientes pistolas.

Aquellos personajes que demuestran algo de humanidad, como el Sheriff Calder, serán violentamente atacados por la jauría humana.

El personaje de Brando es, a su manera, un rebelde. Como Val en Piel de Serpiente, Johnny en Salvaje o Terry Malloy en La ley del silencio. A pesar de ser el Sheriff y defender la ley, no deja de ser un inadaptado. No disfruta con su cargo, pero trata de usarlo para defender a los débiles, como el pobre negro apaleado confidente de Bubb. No se vende, no acepta regalos, porque sabe que tarde o temprano tendrá que devolver el favor. Solo persigue reunir el dinero suficiente para comprar una granja en las afueras donde vivir en paz.

Sus nobles objetivos son castigados, y así, podemos disfrutar de nuevo de esa escena memorable que se repite en todas sus películas: “La Paliza a Brando”. Parece que a este actor le gustaba recibir, y es tras ser golpeado por todos sus flancos, cuando sale de su corsé de rudas maneras y gestos contenidos para ofrecernos una actuación en carne viva.

Un verdadero culebrón: familias destrozadas, adulterio, crimen, intereses encontrados. No hay redención posible, no hay vuelta atrás... cada cual arrastra su propia cruz y muy pocos conseguirán llegar al final sanos y salvos, o en su defecto, con una sensación de paz y la conciencia tranquila.

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