lunes, septiembre 26, 2011

El Justiciero de la Ciudad (Death Wish, 1974)

Durante los años setenta, la recesión económica, la pobreza y los altos índices de criminalidad de las grandes metrópolis norteamericanas, fueron el caldo de cultivo de un nuevo subgénero cinematográfico que encontraba sus bases en el filme policíaco, pero que evolucionaba (o degeneraba, a gusto del lector) hacia la exacerbada postura radical del vigilantismo.

Justicieros armados, que, ante la desidia de los cuerpos policiales, se tomaban la justicia por su mano, disparando sin piedad a vagos y maleantes, castigando la intimidación o la simple tentativa de robo, con la muerte.

El Justiciero de la ciudad (Death Wish, 1974) de Michael Winner, aunque no es la primera, sí es la más notoria, y una de las pocas en que se intuye un mensaje moralista, oculto no obstante, bajo las formas narrativas y diversos elementos arquetípicos que alejan peligrosamente a la película de su subtexto, como veremos más adelante.


La historia es bien sencilla: La vida de Paul Kersey (Charles Bronson), un reputado arquitecto de Nueva York, da un giro de 180 grados cuando un grupo de delincuentes (entre los que se encuentra un jovencísimo Jeff Goldblum) asalta su casa, matando a su mujer y violando a su hija, que quedará en estado de shock permanente. Poco a poco, y con la misma parsimonia con la que las autoridades archivan el caso, Kersey empieza a desarrollar un instinto primario que le lleva a “limpiar” las calles de asesinos y violadores, en una particular cruzada que pondrá a la policía en una dificil tesitura.

En lo visual y en lo discursivo, Winner nos regala algunas escenas magníficas. Especialmente brillante es la pasiva degeneración de Kersey hacia la locura, acentuada tan solo en algunos momentos clave. Valga como ejemplo la visión sincopada del rostro de Charles Bronson con otros planos que muestran impactos y golpes, ya sean los de una azada removiendo la tierra o las fingidas peleas de un espectáculo del Oeste en Tucson, Arizona (en un parque temático similar al que nosotros tenemos en Tabernas, Almería). Igualmente efectivo es el momento en que un Paul Kersey filmado a contraluz esgrime un calcetín lleno de monedas contra los jarrones y plantas de su casa, o el vómito compulsivo que sigue a su primer “acto de justicia”;

La sobriedad que domina la puesta en escena y el hieratismo de Bronson actúan en favor de la trama logrando que los momentos más duros resulten doblemente impactantes. Es sorprendente la sangre fría con la que Kersey se enfrenta a los criminales noche tras noche, disparando certeramente sin el menor atisbo de emoción o la chulería sarcástica de otros duros como Clint Eastwood o Schwarzennegger. Cabe decir que el personaje fue rechazado por Eastwood, así como por Jack Lemmon o Frank Sinatra.

Pero lo que realmente aterra de esta película es lo turbio de su mensaje o moraleja, si es que la tiene. Paul Kersey se me antoja una proyección del subsconciente del espectador, quien a través de la identificación primaria da rienda suelta a sus instintos más bajos. Sin embargo las autoridadedas (capitaneadas por un mordaz Vincent Gardenia), lejos de castigarle, interrumpiendo así la catarsis del espectador con su doble y marcando la vuelta a la realidad, opta por dejarle hacer, mientras que la opinión pública lo eleva a la categoría de héroe. Del mismo modo se nos muestra a los agresores como personajes malvados y perturbados que sin duda merecen la bala certera del Vigilante.

A día de hoy resulta dificil dar con la clave ¿Se está ensalzando y alentando a potenciales “justicieros”? La película está plagada de mensajes fascistas o ultraderechistas en pro del uso de las armas y de la defensa propia, pero también hay escenas más sutiles, como la introspectiva forma de narrar la influencia de un entorno violento en el protagonista (sobre todo durante su estancia en Arizona) o el sublime y elocuente plano final, que nos hacen inferir que a pesar de su templanza, Kersey ha enloquecido.

Este era al menos el mensaje de la novela de Brian Gardfield, El vengador, en que está basada la película; un alegato contra la justicia callejera y el ojo por ojo. Sin embargo, en la cinta de Winner, el mensaje queda peligrosamente diluído.

En los años posteriores, la saga Death Wish se amplió hasta un total de 5 películas, todas ellas protagonizadas por Charles Bronson fiel a su rol de Paul Kersey. Winner se mantuvo en la dirección hasta la tercera parte; pero en cada entrega, la estética se volvía más cutre hasta rozar la serie B, el guión hacía aguas por todas partes, y aunque Charles Bronson no ganó en expresividad, si que lo hizo en sarcasmo, chulería y fantasmadas, convirtiendo a Kersey en una caricatura de si mismo.

Esta primera parte, no obstante, es digna, está bien realizada, entretiene y suscita además un análisis y posterior debate interesantísimos para espectadores avezados.

1 comentario:

Francisco dijo...

Muy interesante tu crítica, Vertov. Has conseguido algo muy difícil: juzgar y opinar sobre esta película de manera bastante imparcial.

Independientemente del discutible o confuso mensaje moral que pueda desprenderse de su visionado, yo echo muy en falta este tipo de cine tan políticamente incorrecto. Pelis como ésta o como "Harry el Sucio" sería impensable que se rodaran hoy en día. Y es que esta clase de cine tan propio de los 70 se atrevía al menos a cuestionar las normas establecidas y atacar el sistema imperante. Podríamos estar más o menos de acuerdo con sus planteamientos, pero eran películas valientes y, con perdón, tenían dos cojones (como Paul Kersey).

Soy incapaz de mencionar un film tan corrosivo como éste filmado en los ultimos 10 o 20 años. Lástima.