domingo, septiembre 15, 2013

El Vuelo (Robert Zemeckis, 2012)

Poco tiene que demostrar a estas alturas Robert Zemeckis, una suerte de segundo rey midas de Hollywood con un talento innegable para seleccionar guiones (Regreso al Futuro), manejar grandes presupuestos (Forrest Gump), dirigir primorosamente a sus actores (aquí vale cualquiera, pero por no repetirme, mencionaré Lo que la verdad esconde), rodar en condiciones extremas (Naúfrago) y que además ha tenido el valor de sacar adelante un cine de animación digital con una vocación fotorrealista (Polar Express, Cuento de Navidad, Beowulf) que ni siquiera el gigante Pixar se ha atrevido a abordar.

Con El Vuelo, no diré que se ha superado (Forrest Gump sigue siendo para mí la cima de su carrera, tanto a nivel técnico y visual como narrativo), pero sí se atreve con un género cinematográfico que no ha abordado previamente: el drama del hombre corriente.




Denzel Washington encarna a un piloto atrapado en una espiral de degradación que comienza (paradójicamente) tras convertirse en héroe a ojos de la prensa y la opinión pública, al lograr aterrizar un avión que parecía condenado. Lo que los medios desconocen es que Whip Whitaker (Whashington) esconde un secreto que podría costarle su libertad y su reputación. Los abogados de la compañía aérea harán lo posible para ocultar el estado de embriagüez que sufría Whip durante el vuelo, mientras nuestro héroe tendrá que enfrentarse a la culpa, el remordimiento y a su propia adicción.

Zemeckis narra una historia dura y realista con pulso firme y seriedad. La película comienza con una estudiada catarsis que engancha al espectador desde el primer momento. La secuenca del accidente, y todo cuanto la precede es una lección gratuíta de montaje, planificación y dirección de actores. Denzel Washington se desenvuelve magistralmente en esta difícil escena, donde ha de transmitir aplomo, temple y confianza, y añadir a la mezcla la particularidad de estar bebido. Todo ello sin resultar excesivo o sobreactuado. Se comportará con la misma corrección durante el resto del film, así como sus compañeros de reparto, que hacen un gran trabajo (especialmente Kelly Reilly) y están a la altura de la estrella.



 
A pesar de su larga duración, el ritmo no flaquea. El principal tronco argumental gira en torno a la dificultad del protagonista para superar su alcoholismo, y a la maquinaria legal y burocrática para evitar su encarcelamiento. Pero complementando a este eje central encontramos varios alivios cómicos (de la mano del siempre eficiente John Goodman) y emocionales (que involucran a Kelly Reilly) hábilmente diseminados que hacen la película llevadera y entretenida.

Aunque predomina una fotografía de tonos realistas - muy de agradecer en los tiempos que corren - y un montaje bastante convencional - lo mismo -, Zemeckis se permite varios alardes visuales (todo lo relativo al accidente) e incluso algún recurso quizá más propio del cine de terror (cuando Whitaker agarra súbitamente un botellín de ginebra, el plano de detalle es realzado por la música y los efectos sonoros, provocando un leve sobresalto) que sorprendentemente tiene su justificación y resulta magistral a nivel expositivo.




Por poner algún pero, quizá me resulto excesivamente largo y redundante el desnudo integral de Nadine Velázquez (muy hermosa, por otro lado). Y bueno, el director juega sobre seguro, ofreciéndonos un final bastante predecible con moralina incluída, pero por una vez estoy dispuesto a tomarmelo en serio, aceptar la redención del protagonista e incluso tomar ejemplo y aprender de su error. En otras palabras, por esta vez me lo trago y saco varias cosas en claro que, a pesar de lo manido y vácuo de la frase, "me han hecho reflexionar". Robert Zemeckis sigue en forma.


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