Aunque en los ochenta hubo experimentos como Holocausto Canibal (Ruggero Deodato, 1980), el género del found footage se hizo popular en 1999 con El proyecto de la bruja de Blair (Edward H. Ferebee y Daniel Myrick). He de reconocer que me impactó, pero lo que no podía imaginar es que aquella moda tendría tanta continuidad, y que llegaríamos a aceptarla plenamente. Mi principal reserva se fundamentaba en la poca o nula verosimilitud de que los protagonistas de una experiencia traumática in extremis, conservaran al mismo tiempo el temple necesario para documentarlo todo en vídeo.
Sin embargo, en los doce años que han pasado, el espectador parece haberse acostumbrado a la impostura, aceptando el pacto de ficcionalidad y sumergiéndose por completo en la trama. Ya asumimos plenamente la argucia narrativa de siempre: ese deber moral y anti-sistema de documentar un horror, desencadenado casi siempre por la acción (u omisión de acción) de algún ente de poder más o menos concreto, que desea que la verdad no salga a la luz. Cuando no se trata de una acción insurgente, las grabaciones podrían simplemente constituir un cuaderno de bitácora, o en los casos más dramáticos, un testamento. Como sea, y por si acaso no resultara del todo convinencente, casi siempre ponen a alguien diciendo "¡Apaga esa puta cámara! ¿Por qué cojones tienes que grabarlo todo?" o alguna fórmula similar. A mi me vale.
El género ha madurado con el tiempo, y nos ha permitido disfrutar de títulos muy interesantes, casi siempre de terror, como Rec (Jaume Balagueró, 2007) o Paranormal Activity (Oren Peli, 2007) y sus continuaciones, pero a veces también se ha orientado a la ciencia ficción, como es el caso de Monstruoso (Matt Reeves, 2008).
Apollo 18, navega con soltura entre ambos géneros, y es un film con una premisa tan buena que cuesta creer que a nadie se le ocurriera antes. Narrada en primera persona, y ambientada en la Luna, con la carrera espacial norteamericana como trasfondo, el guión de Brian Miller era un lujo para Gonzalo López-Gallego, un declarado entusiasta del género (tal como apuntaba en Bajo el arcoiris). La vinculación al programa Apollo ofrece posibilidades infinitas al genero, tanto en el plano narrativo como en el visual y plástico, reforzando la credibilidad de una ficción que siempre coquetea con la realidad.
Comienza con un prólogo ágil que en pocos minutos nos pone en situación (y también en órbita). A los diez minutos ya hemos alunizado y comenzado la misión. La trama no es nada nuevo, de hecho, coincide en muchos puntos con un filme tan mítico como Alien, El 8º Pasajero (Ridley Scott, 1979) pero el buen trabajo actoral y la narrativa del found footage, más depurada y natural de lo habitual, pronto nos hace olvidar cualquier referencia.
La posibilidad de estudiar viejas grabaciones oficiales y tratar de recrear en postproducción su particular textura fílmica es sin duda un caramelo para los artistas gráficos, y en Apollo 18 se ha logrado con todo lujo de detalles, encubriendo con éxito los parajes desérticos canadienses donde fue rodada. Realmente parece una misión del programa lunar. Los trajes espaciales, el cohete, las cápsulas, las bromas de los astronautas... Todo nos resulta familiar, y por ello, una vez se desata, el terror resulta doblemente impactante. López-Gallego ha dado además un cariz emocional a los cortes bruscos y a los virados de color tan caracteristicos de esas viejas grabaciones en 8 o 16 mm, pues casualmente aparecen en los momentos más tensos.
La posibilidad de estudiar viejas grabaciones oficiales y tratar de recrear en postproducción su particular textura fílmica es sin duda un caramelo para los artistas gráficos, y en Apollo 18 se ha logrado con todo lujo de detalles, encubriendo con éxito los parajes desérticos canadienses donde fue rodada. Realmente parece una misión del programa lunar. Los trajes espaciales, el cohete, las cápsulas, las bromas de los astronautas... Todo nos resulta familiar, y por ello, una vez se desata, el terror resulta doblemente impactante. López-Gallego ha dado además un cariz emocional a los cortes bruscos y a los virados de color tan caracteristicos de esas viejas grabaciones en 8 o 16 mm, pues casualmente aparecen en los momentos más tensos.
Del mismo modo, a pesar de usar los códigos clásicos del horror film, no solo sufriremos los chimpunes creados en la sala de montaje; también hay escenas de suspense muy elegantes y estudiadas, como el hallazgo de una nave rusa (un gran trabajo de diseño), o esos leves movimientos en un páramo rocoso.
Precisamente durante esos misteriosos movimientos, agradecí mucho una referencia bastante clara e intencional al papel del narrador onmisciente, rara vez aludido en estos films que se basan casi únicamente en una pretendida y falsa narración testimonial. Si este material fue realmente encontrado ¿Quién lo hayó? ¿Con qué intención lo está montando? ¿Dónde piensa exhibirlo?. Aunque Apollo 18 no responde a estas preguntas, si que incluye varios zooms artificiales que dirigen claramente nuestra mirada a la zona rocosa que se mueve, reforzando la figura del montador. Es decir, el material encontrado se habría editado con una vocación documental, no dramática. El narrador no se esconde tras un montaje convencional, sino que refuerza su presencia siempre que tiene ocasión.
Aunque no sintamos auténtico horror, el suspense se mantiene con eficacia y hay momentos de tensión muy logrados. El guión puede flaquear en algún punto (el secretismo de la Nasa; la crueldad de los responsables en Tierra; o la verdadera naturaleza de la misión se revelan como pobres excusas orientadas a escenificar esta situación límite), pero el diálogo esta bien escrito y la estructura es correcta, lo que hacen de Apollo 18 una película aceptable, interesante y francamente entretenida.
1 comentario:
A mí me gustó bastante. En breve, de hecho, yo también publicaré reseña de ella...
Bela Karloff
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