No me engaño. Se que además de los gustos personales de cada cual, hay ciertas corrientes de opinión en las que uno se va encorsetando sin darse apenas cuenta, aceptando como verdaderas o plausibles ciertas convenciones. Hay perfiles sociales que, si bien están estereotipados, guardan un sustrato de verdad. Por ejemplo; si rondas la treintena y creciste con el cine fantástico de Spielberg y Lucas, es muy posible que también te rindas a la magnificencia épica de la Trilogía de El Señor de los Anillos. Tanto más si uno tiene cierta formación al respecto de las técnicas de postproducción y efectos visuales.
Aunque me niego a entrar en ese saco, si es cierto que como muchos, fui uno de los que a raíz del estreno cinematográfico de La Comunidad del Anillo (Peter Jackson, 2001) se hizo con los libros de J. R. R. Tolkien para leerlos, quizá tardíamente, por primera vez. En su día, quedé maravillado por la fantasía y la aventura que destilaba la novela, y esperé pacientemente el estreno de las dos películas que completarían la trilogía: Las dos torres y El retorno del rey (Peter Jackson, 2002-03) .
Aunque me niego a entrar en ese saco, si es cierto que como muchos, fui uno de los que a raíz del estreno cinematográfico de La Comunidad del Anillo (Peter Jackson, 2001) se hizo con los libros de J. R. R. Tolkien para leerlos, quizá tardíamente, por primera vez. En su día, quedé maravillado por la fantasía y la aventura que destilaba la novela, y esperé pacientemente el estreno de las dos películas que completarían la trilogía: Las dos torres y El retorno del rey (Peter Jackson, 2002-03) .
Una cosa si es cierta. Jamás el universo de Tolkien fue ni será retratado en el cine con tanto cuidado y esmero. Las películas de Peter Jackson rezuman una impresionante calidad técnica y atención al detalle. Nada ha sido omitido: cada máscara, cada armadura y cada matte painting alude con fuerza al mundo imaginado por el escritor británico. Los fans pueden estar contentos. Sí, porque además, la fidelidad al libro es profusa y absoluta, salvo algunos detalles duramente criticados en su día, pero perdonados y olvidados al poco tiempo.
Peter Jackson pasó de dirigir títulos como Mal gusto (Bad Taste,1987) y Braindead, tu madre se ha comido a mi perro (Braindead, 1992) a dar vida a uno de los textos de narrativa fantástica más respetado y temido por la industria cinematográfica. Después de algunos trabajos divertidos y canallas, abrazó los grandes presupuestos y actualmente se codea con el mismísimo Spielberg.
No obstante, a mi modo de ver, tampoco hay para tanto con El Señor de los Anillos, e incluso me atrevo a soltar la manida frase: "están sobrevaloradas". No las he revisado recientemente y escribo basándome sólo en mi memoria. Pero sí que vi varias veces La Comunidad del Anillo, y un par Las Dos Torres y El Retorno del Rey. El problema principal de estas películas es el tratamiento de la historia y la supeditación a un envoltorio deslumbrante que oculta no obstante serias carencias narrativas.
No negaré que la primera parte funciona bien. Tiene un prólogo inquietante, una hermosa introducción y un desarrollo emocionante y variado. Su larga duración se soporta gracias al cambio continuo de escenarios, a cual más espectacular, y el desfile incesante de pruebas y peligros para nuestros héroes. No ocurre lo mismo con Las Dos Torres. De repente, la vivacidad de que hacía gala su predecesora, desaparece en este segundo acto, estanco, lento y aburrido hasta el hastío, donde llegamos a plantearnos si no hubiera sido mejor eliminar una o dos escenas en lugar añadir los 50 minutos de su edición especial.
La línea argumental relativa a Frodo, Sam Gamyi y Gollum, es agotadora. La desconfianza de Samsagaz hacia Gollum queda patente gracias a unos diálogos repetitivos y cansinos. Dicho de otra forma, hay cuatro o cinco escenas iguales. El resto de la película aguantaría el tirón si no fuera por una mal entendida fidelidad al texto de Tolkien. Habrá quien se eche las manos a la cabeza, pero siempre he defendido que el cine y la literatura son lenguajes distintos y que una innecesaria fidelidad puede ser contraproducente (vease El Resplandor de Mick Garris) ¿Hay necesidad de reproducir hasta el milímetro cada pequeño detalle, a riesgo de confundir y/o perder definitivamente al espectador? La cantidad de información vertida en las películas de Peter Jackson, y sobre todo su extensa duración, llega a ser abrumadora. Este tratamiento quizá hubiera sido lícito racionado en capítulos de cuarenta minutos - Jackson podría haber dado forma a una gran serie de televisión - pero se hace denso y carente de interés si tenemos que permanecer inmóviles ante la pantalla durante tandas de 4 horas.
El Retorno del Rey vino a mejorar un poco la situación; la recuerdo más entretenida y variada que Las Dos Torres, pero para entonces la llama de la aventura y mis espectativas se habían apagado. Los personajes parecían cada vez más de cartón piedra. Una mirada perdida, un tono de voz quebradizo y un brillo en los ojos añadido en postproducción, parecían ser suficiente para disimular un diálogo recargado y artificioso que no hace más que repetir frases huecas revestidas de épica y heroísmo (como en Star Wars, lo admito). El Monte del Destino, el Anillo, la misión, la cuestiones morales y el valor.... todo ello había perdido su sentido y sonaba más a una cantinela que a otra cosa. Las escenas emocionantes, el clímax y el epílogo sí me llegaron a emocionar, gracias principalmente a manidos recursos cinematográficos de la vieja escuela (música, fotografía, etc.). Ya sabemos que el caldo de la vieja escuela siempre nos salva los garbanzos.
Por lo demás, y aunque sea cine fantástico, se echa de menos un mayor realismo a lo largo de las 12 horas que dura el enredo. Algo más de barro, sangre y entrañas. Menos filtros de postproducción, etalonaje y efectos especiales. No se si por suerte o por desgracia, con El Señor de los Anillos empezaba a tomar forma un nuevo concepto visual fuertemente apoyado en la fase de postproducción; una tendencia todavía en alza y que ha tenido su máxima expresión en la sobrecargada irrealidad de 300 (Zack Snyder, 2006) o en la inminente Inmortals (Tarsen Singh, 2011). ¿Dónde quedó el realismo desgarrador de las batallas de Braveheart (Mel Gibson, 1995)? La epopeya de William Wallace empieza a parecer una película clásica (o casi documental) frente a la estilizada saga de El Señor de los Anillos.
Así lo viví yo. Mis excusas a los acérrimos fans de la saga, cuyos motivos para defenderla también son loables y fundados.
Namasté, digo Namarïe.
No obstante, a mi modo de ver, tampoco hay para tanto con El Señor de los Anillos, e incluso me atrevo a soltar la manida frase: "están sobrevaloradas". No las he revisado recientemente y escribo basándome sólo en mi memoria. Pero sí que vi varias veces La Comunidad del Anillo, y un par Las Dos Torres y El Retorno del Rey. El problema principal de estas películas es el tratamiento de la historia y la supeditación a un envoltorio deslumbrante que oculta no obstante serias carencias narrativas.
No negaré que la primera parte funciona bien. Tiene un prólogo inquietante, una hermosa introducción y un desarrollo emocionante y variado. Su larga duración se soporta gracias al cambio continuo de escenarios, a cual más espectacular, y el desfile incesante de pruebas y peligros para nuestros héroes. No ocurre lo mismo con Las Dos Torres. De repente, la vivacidad de que hacía gala su predecesora, desaparece en este segundo acto, estanco, lento y aburrido hasta el hastío, donde llegamos a plantearnos si no hubiera sido mejor eliminar una o dos escenas en lugar añadir los 50 minutos de su edición especial.
La línea argumental relativa a Frodo, Sam Gamyi y Gollum, es agotadora. La desconfianza de Samsagaz hacia Gollum queda patente gracias a unos diálogos repetitivos y cansinos. Dicho de otra forma, hay cuatro o cinco escenas iguales. El resto de la película aguantaría el tirón si no fuera por una mal entendida fidelidad al texto de Tolkien. Habrá quien se eche las manos a la cabeza, pero siempre he defendido que el cine y la literatura son lenguajes distintos y que una innecesaria fidelidad puede ser contraproducente (vease El Resplandor de Mick Garris) ¿Hay necesidad de reproducir hasta el milímetro cada pequeño detalle, a riesgo de confundir y/o perder definitivamente al espectador? La cantidad de información vertida en las películas de Peter Jackson, y sobre todo su extensa duración, llega a ser abrumadora. Este tratamiento quizá hubiera sido lícito racionado en capítulos de cuarenta minutos - Jackson podría haber dado forma a una gran serie de televisión - pero se hace denso y carente de interés si tenemos que permanecer inmóviles ante la pantalla durante tandas de 4 horas.
El Retorno del Rey vino a mejorar un poco la situación; la recuerdo más entretenida y variada que Las Dos Torres, pero para entonces la llama de la aventura y mis espectativas se habían apagado. Los personajes parecían cada vez más de cartón piedra. Una mirada perdida, un tono de voz quebradizo y un brillo en los ojos añadido en postproducción, parecían ser suficiente para disimular un diálogo recargado y artificioso que no hace más que repetir frases huecas revestidas de épica y heroísmo (como en Star Wars, lo admito). El Monte del Destino, el Anillo, la misión, la cuestiones morales y el valor.... todo ello había perdido su sentido y sonaba más a una cantinela que a otra cosa. Las escenas emocionantes, el clímax y el epílogo sí me llegaron a emocionar, gracias principalmente a manidos recursos cinematográficos de la vieja escuela (música, fotografía, etc.). Ya sabemos que el caldo de la vieja escuela siempre nos salva los garbanzos.
Por lo demás, y aunque sea cine fantástico, se echa de menos un mayor realismo a lo largo de las 12 horas que dura el enredo. Algo más de barro, sangre y entrañas. Menos filtros de postproducción, etalonaje y efectos especiales. No se si por suerte o por desgracia, con El Señor de los Anillos empezaba a tomar forma un nuevo concepto visual fuertemente apoyado en la fase de postproducción; una tendencia todavía en alza y que ha tenido su máxima expresión en la sobrecargada irrealidad de 300 (Zack Snyder, 2006) o en la inminente Inmortals (Tarsen Singh, 2011). ¿Dónde quedó el realismo desgarrador de las batallas de Braveheart (Mel Gibson, 1995)? La epopeya de William Wallace empieza a parecer una película clásica (o casi documental) frente a la estilizada saga de El Señor de los Anillos.
Así lo viví yo. Mis excusas a los acérrimos fans de la saga, cuyos motivos para defenderla también son loables y fundados.
Namasté, digo Namarïe.