Me acerqué con cautela a Splice. Sin llegar al spoiler, sí se rumoreaba entre podcasters y twitteros sobre un giro final excesivo que provocó el rechazo de una parte importante de los espectadores. Eso era lo único que sabía del último film del canadiense Vincenzo Natali, (quien nos regaló Cube hace ya más de diez años) cuando esta tarde me decidí a verla.
Clive (Adrien Brody) y Elsa (Sarah Polley) son dos brillantes
científicos que, por medio de la ingeniería genética, se dedican a crear
variaciones de especies conocidas. Aunque han alcanzado el éxito, su
ambición les hará perder el control, cuando, en secreto, decidan llevar
sus experimentos más allá de la moral. Combinando ADN humano en sus
experimentos genéticos obtendrán un nuevo escalón en el árbol evolutivo
actual. Lo llamarán... Dren.
La película empieza realmente bien. Es de agradecer que, en un tiempo en el que cada vez más directores optan por obviar los títulos de crédito inciales, Splice cuente con una bella, sugestiva y plásticamente vigorosa introducción generada en CGI, pero con el regusto de los viejos clásicos de terror y ciencia-ficción, acompañada de una efectiva música compuesta por Cyrille Afort.
Desde el primer momento, y durante todo el metraje, Natali no se corta en mostrarnos hasta dónde son capaces de llegar sus artistas de VFX. Cada nuevo engendro genético, cada paso en la evolución de estas criaturas supone un logro en si mismo, y todos ellos culminan en la joven Dren. Bellísima aun en su deformidad, supone una auténtica cima creativa fruto del talento de maquilladores, de técnicos en 3D y muy especialmente de la actriz Delphine Chanéac (de origen francés, elegida - supongo - por la distancia entre sus ojos, que ha sido exagerada sutilmente en postproducción).
Cada plano está bellamente compuesto e iluminado por Tetsuo Nagata consiguiendo una textura pictórica y una ambientación gótica que le va de maravilla a la historia. Natali se permite además homenajes velados a los monstruos de la Universal y al mejor Cronemberg, tanto visuales como en el guión.
La trama en sí está bastante manida (científicos que juegan a ser Dios), pero hay tantas sorpresas, tantas fases en la evolución física de Dren, que es imposible aburrirse. La falta de sentido común e incluso la redomada idiotez de la pareja protagonista en ciertos momentos, no supone ningún problema para empatizar con ellos (Tampoco Peter Cusing demostraba muchas luces en el Frankenstein hammeriano). El trabajo de Sara Polley y (especialmente) Adrien Brody es bueno y ayuda bastante a aportar credibilidad a una cinta que no tiene la más mínima base científica. Pero es que el enfoque de Natali está tan meridianamente claro, que como aficionados al fantasterror, no tenemos más remedio que abandonarnos a nuestras pulsiones más primarias, abrazar la inmoralidad de la que hace gala el film, e incluso disfrutar morbosamente de escenas tan perturbadoras como hermosas.
Admito que hay un punto en que la historia empieza a resultar algo excesiva, y llegado el momento nos preguntamos "¿Qué será lo próximo?". Entiendo que el giro final no haya contentado a todo el mundo. Pero en general, se nota (para bien) el sello del productor Guillermo del Toro; hoy día se echa de menos un cine fantástico tan políticamente incorrecto, y al mismo tiempo tan clasicista, pulcro, sólido y entretenido. Lo he pasado en grande.
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